
Oklahoma es conocida por sus fenómenos climáticos extremos, tanto que su equipo de la NBA lleva el nombre de uno: el Thunder (“trueno”). Esta temporada, el equipo ha estado a la altura de su nombre, haciendo estruendo en cada serie y ahora enfrentará en las Finales de la NBA a los Pacers de Indiana, quienes ya vivieron un primer aviso meteorológico al verse obligados a desviar su vuelo a Tulsa debido a una alerta de tornado. ¿Será un presagio de lo que les espera en la cancha?
A partir del 5 de junio, la NBA coronará a un nuevo campeón por séptimo año consecutivo, algo que no ocurría desde hace décadas. Indiana logró avanzar tras sorprender a los Knicks en seis juegos para conquistar el título de la Conferencia Este, mientras que Oklahoma solo perdió un partido en su serie frente a los Timberwolves, campeones del Oeste.
Desde que los Warriors de Golden State ganaron campeonatos consecutivos en 2017 y 2018, ningún equipo ha logrado repetir la hazaña, reflejo del equilibrio competitivo que impera en la liga. Y en buena parte, esto es consecuencia de las restricciones salariales impuestas por la NBA.
Después de un importante salto en el tope salarial tras la pandemia —de 70 a 94 millones de dólares—, la liga adoptó un enfoque más conservador y para esta temporada fijó el límite en 140,6 millones de dólares, apenas un 3,4 % más que la anterior. Los equipos que superen este monto deben pagar un “impuesto al lujo” y enfrentan restricciones en el mercado de fichajes. Los fondos recaudados se redistribuyen para mantener el balance competitivo entre las franquicias.