
Jugar en casa siempre representa una ventaja, pero en el Abierto de Francia esa condición puede adquirir tintes intimidantes. Para los tenistas que enfrentan a rivales locales en Roland Garros, la atmósfera puede volverse hostil: abucheos, silbidos, gritos entre servicios, insultos e incluso proyectiles lanzados desde las gradas —como ocurrió en una ocasión con un chicle— forman parte del repertorio del público parisino.
Debido a estos excesos, los organizadores del torneo prohibieron desde el año pasado el consumo de alcohol en las tribunas, una medida que se mantiene vigente.
El joven checo Jakub Mensík, de 19 años, quien eliminó el martes al francés Alexandre Müller en la bulliciosa pista 14, comparó el ambiente con el de un partido de fútbol. Otros han sido más contundentes. El chileno Nicolás Jarry calificó como “repugnante” y “la peor experiencia” de su vida su derrota del año pasado ante Corentin Moutet, quien habría incentivado a la afición a hostigarlo tras un episodio conflictivo previo entre ambos.
“Fue diferente esta vez”, reconoció Jarry tras caer ante otro francés, Arthur Fils, a quien elogió como “un buen tipo” y “un caballero”.
El propio Novak Djokovic, quien enfrentará a Moutet en la segunda ronda, admitió que “jugar contra un francés en París es una batalla no solo en la cancha, sino también contra el ambiente”. Aunque entiende que la hinchada local respalde a los suyos, el serbio reconoció que “en Roland Garros el apoyo es más fuerte y apasionado que en otros Grand Slams”, algo que puede resultar “molesto” para algunos rivales.